Nos encantan las conserveras con latas deliciosas y una historia interesante detrás
Tenemos muchos ejemplos de conserveras míticas que tienen ya varias generaciones de saber hacer, amor por la materia prima y por las latas a sus espaldas. No es raro encontrar familias con esta descripción al norte de España, en Italia, los países escandinavos o en Francia. Lo raro es cuando esta pasión por las latas llega por casualidad. Hoy os queremos contar la historia de un hombre polifacético que decidió emprender en esto de las latas y venderlas en California. Esta es la historia de Crown Prince.
Cornelius Anton Hoffman, a quien todo el mundo conocía como Case, nació en Holanda en 1918 y aún era un bebé cuando a su padre lo destinaron a California. Él trabajaba para Shell Oil, por entonces una floreciente empresa holandesa dedicada a la extracción de petróleo y su empresa decidió mandarlo a Estados Unidos. Cuando Case tenía 11 meses, su madre se aventuró a cruzar desde Holanda hasta California para que la familia continuase unida allí. Case empezó a mostrar sus aptitudes y su capacidad de liderazgo y adaptabilidad ya desde muy pequeño.
A los 12 años consiguió su primer trabajo vendiendo periódicos locales en su zona y a los 16 ya era supervisor. Cuando estalló la II Guerra Mundial, Case tenía 21 años y su carrera profesional dio otro giro: se convirtió en supervisor de ventas de una manufacturera de partes de aviones para uso militar. Desde luego, la parte comercial era lo suyo desde el principio. Al acabar la guerra, buscó otra manera de ganarse la vida y la encontró en dos amigos con los que emprender en un nuevo negocio: Cold Gold.
Esta empresa fabricaba y vendía zumo de naranja en una pequeña planta en Harbor Boulevard, en La Habra, California. La casualidad estaba a punto de llegar. El contable de Cold Gold era de Noruega y tenía un amigo en su país de origen que estaba interesado en vender sardinas noruegas en EE. UU. ¿Queréis saber algo raro? Durante un tiempo, la empresa vendió a la vez zumo de naranja y sardinas noruegas, una combinación algo extraña y, para qué engañarnos, poco práctica, al fin y al cabo.
Los tres socios decidieron vender Cold Gold, lo que consiguieron con buenos beneficios, y se quedaron con un buen inventario de sardinas noruegas. Case empezó a venderlas a cada vez más establecimientos y así nacía Norwegian Fish Importers. Al principio él era el único empleado y el encargado de vender cada tanda de pedidos personalmente. Hasta que la empresa fue creciendo y su hijo Bob se unió al negocio en los últimos años de la década de los 60. Case siguió trabajando de manera incansable y cerrando los acuerdos de venta y entrenando a los trabajadores de la empresa personalmente. Bob acabó haciéndose cargo de la empresa y nombrándola Crown Prince en 1985, hasta que la heredó su hija Dustan, hoy presidenta.
Lo que empezó como un negocio de venta de sardinas se transformó en una conservera que tiene en su haber muchísimas más referencias a día de hoy. Salmón ahumado, arenques, anchoas, ostras ahumadas, untables de pescado, almejas, caldo de pescado o carne de cangrejo son algunas de las muchas latas que ofrecen. Hoy el negocio está más centrado en la sostenibilidad de sus productos y en la nutrición saludable, pero con la misma calidad que Case encontró en las sardinas noruegas y que le enamoró hasta el punto de crear un imperio conservero en su honor. ¿Cuál de sus latas os tentaría para un aperitivo en casa?