Más de 85 años conservando lo mejor del mar con un objetivo: elaborar conservas gourmet y saludables.
Muchas veces, quienes viven cerca del mar acaban desarrollando un oficio para estar cerca de él o para mostrar sus maravillas. Y también es frecuente que, quienes crecen en familias con oficios marineros, los hereden o emprendan los suyos. Muchas de las mejores empresas familiares conserveras empezaron así, y La belle-iloise es una de ellas. Siempre ha sido famosa por enlatar pescados como el atún, las sardinas o las caballas y darles un toque distinto. Pero esta no es su única especialidad y su catálogo de delicias no para de crecer. Eso sí, respetando siempre los valores familiares y elaborando conservas de gran calidad, con la mejor materia prima y las mejores propiedades.
Todo empezó en el puerto pesquero de Quiberon, a unos 506km al suroeste de París. Quiberon es una pequeña península totalmente rodeada de agua en la zona de Bretaña, al Norte de Francia. El pescado es una de las conservas francesas más frecuentes, como también lo es de Portugal. Pero, si hablamos de Francia, las sardinas de Bretaña son las más famosas porque esta región tiene una larga tradición conservera con este delicioso pescado en concreto. Y de ahí que Georges Hilliet decidiese emprender su propio negocio abriendo las puertas de Conserverie La belle-iloise en 1932, conservando sardinas, pero también atunes y caballas.
Geroges era hijo de un pescador de barca de remos, así que conocía bien el mar y sus tesoros. La ubicación del puerto de Quiberon, rodeado de mar, hizo posible la captura del pescado más fresco y su posterior conservación para preservar todas sus cualidades. Hasta muchos años después de su invención, las conservas fueron consideradas un producto de segunda categoría. Pero en Francia hubo una revolución en su distribución en los años 60 que cambió los métodos de producción de las conserveras para abaratar costes y producir más. Georges Hilliet decidió que no bajaría la calidad de sus conservas y le dio la espalda a la producción en masa. Así abrió su primer punto de venta directa en 1967 en Quiberon.
Dos de sus hijos, Georges junior y Bernard, tomaron el mando el 1972 y empezaron a abrir más puntos de venta en la costa oeste de Francia. Así continuaban con el legado de su padre y el contacto directo con sus clientes. Hoy es la nieta de Georges, Caroline Hilliet Le Branchu, quien toma el testigo de su abuelo desde 2011. Caroline mantiene los valores y la esencia del negocio familiar, pero busca cada año ofrecer nuevas delicias del mar que nos aporten sabores y texturas diferentes o enriquezcan nuestros platos. Lo que más le gusta es ofrecer productos únicos que no puedes encontrar en otro sitio. Y, desde luego, lo consigue.
Las más de 300 personas que trabajan en la conservera (a veces hasta 600 en temporada alta) mantienen el espíritu emprendedor de Georges y la pasión por conservar de manera tradicional los sabores del mar. Pero es la combinación de las técnicas más tradicionales con las más innovadoras y el uso de las mejores materias primas lo que hace que las conservas de La belle-iloise tengan una calidad excelente. Ese espíritu innovador de Georges también hizo que hace tres años la familia se embarcase en otra aventura: un Sardine bar en París donde ofrecen fast food hecha a base de sus conservas.
Las recetas tradicionales siguen muy presentes en el ADN de la conservera, que nunca deja de homenajear a los pescados con los que arrancó el proyecto en Quiberon. Pero a los sabores de siempre se unen nuevas combinaciones de especias que llevan las conservas marinas a un nuevo nivel. Toques originales y divertidos que hacen que siempre queramos tener una lata en casa. Pero, aparte de los pescados, en su catálogo cuentan con preparados para sopas, algas, patés de pescado, platos preparados típicos de Francia con inspiración del resto del mundo y alguna receta vegetariana para los foodies plant-based. Desde luego es una conservera a la que merece la pena seguir la pista.